Marcelo Góngora

Marcelo Góngora

En “Escaparate” tu última exposición presentada en el Centro Cultural Recoleta se percibe esa cosa autoreferencial ¿a qué se debe?

Es corriente en mi obra, viene siendo así desde hace mucho tiempo. Puedo manejar mis tiempos, puedo dirigirme y eso tiene que ver con que no tengo disponibilidad con otros para hacer mi imagen. No tengo modelos y no tengo personas con que trabajar la escena. Parto de mí mismo para interpretar lo que quiero pero nunca me veo en la obra y es muy extraño. A pesar de estar en la imagen, con la que convivo, con la que me levanto, me acuesto y estoy delante del espejo, no es la que yo veo en la obra. Es como un intérprete, es otro, siempre otro. No puedo reconocerme ahí.

Al romper con una tradición que está en su formación, me refiero a la fotografía analógica, la tira de negativos, el laboratorio, para incorporar programas de diseño ¿qué le significó?

Me liberó completamente porque la fotografía siempre me limitó. El trabajo de laboratorio en la última etapa con la fotografía analógica fue un trabajo arduo, hacía collage que desembocó en el fotoshop por la facilidad. Tengo una formación bastante académica y formal a pesar de que la fotografía en Argentina recién en los 90' se inicia como carrera. Pero me formé con fotógrafos publicitarios que se basaban en lo técnico. Un preciosismo demasiado abigarrado de tecnicismo y de puritanismo en la imagen. Ese aprendizaje me permitió dominar el recurso. Después sentí que me limitaba mucho. Esa etapa de transición entre aquello tan rígido y cuando descubrí nuevas tecnologías fue una gran libertad de trabajo y posibilidades creativas.

¿La fotografía publicitaria también lo limitó, o fue parte de un momento en que dijo "lo hago" y buscó marcar una diferencia encontrando una identidad?

No, no pude, no tuve suficiente capacidad para entender eso. Cuando desemboqué en la fotografía publicitaria fue por una necesidad laboral. Una necesidad que me permitió hacer algo que realmente me gustaba y para lo cual me sentía capacitado y por otro lado poder ganarme la vida. Eso poco a poco y el haber entrado en la fotografía comercial o publicitaria, con todos los códigos que eso implica aprender, me fue archivando toda la información que había almacenado en bellas artes y en los talleres de arte con Miguel Galgano que compartimos con Daniel Fitte.

En su obra aparece algo visceral, en cuanto a la imagen, influencia quizás de Miguel Galgano. ¿Lo siente así?

Aceptar gente que estuvo cerca afectiva y formativamente es una de las cosas que mejor puede suceder. Miguel significó mucho porque de alguna manera fue con quien descubrí el mundo del arte. Ahora que lo citás y que a mí no se me hubiera ocurrido pensarlo, “Escaparate” tiene que ver mucho con esa etapa. Creo que Daniel Fitte hoy encarna la figura de Miguel, lo disfruto como maestro aparte de disfrutarlo como amigo. Tengo ese privilegio. Tiene el aura de maestro que muchos no tienen.

¿El trabajo de gestión cultural que desarrolla es una búsqueda?

Este proceso que me llevó a estar hoy en Recoleta es un trabajo de gestión. Es un camino que de alguna manera uno decide tomar, hacer. La gestión va de la mano del deseo y la intención de la que uno tiene con la obra. Tener la intención de hacer trascender la obra más allá de nuestra región, del lugar de origen. Uno apunta, sin ser pretencioso en esto, a que la obra sea vista. Ese es el camino que tengo diseñado, proyectado con mí obra.

¿Formó parte de algún Fotoclub?

Formé parte del Fotoclub en etapas muy disímiles. A principios de los 80', cuando el Fotoclub explotaba, había un auge de los fotoclubes por cantidad de socios, por concursos. No participaba de éstos porque no me gustaba pero me sentí parte del fotoclub, aunque sí un bicho raro. En esos años hacía producciones, mi perspectiva estaba en el cine, entonces lo que hacía era escenas con amigos y llevarla a la fotografía. En la etapa de transición de la fotografía publicitaria me convocan para dar clases. La docencia para mí siempre fue una cosa rara y cuando lo tomé me pareció un buen desafío porque ahí podía ver si podía dejar algo de mi impronta, de mi visión que siempre estaba peleada con el fotoclub.

¿Lo logró?

No. Me di cuenta que los proyectos del fotoclub y los míos no tenían nada que ver. Era toda una energía que la podía aprovechar y canalizar mejor fuera de la institución.

Las instituciones nunca fueron mi santuario. Desde el colegio primario y secundario siempre me he peleado con el sistema.

¿Tiene interés en ver obra de artistas jóvenes?

Me brota querer acompañarlos. A Martín Maidana lo he convocado al Festival de fotografía en 2004 e incentivado para que trabaje en su obra. Tiene una sensibilidad no sólo en la fotografía sino también en videos.

En atractivas fotografías a veces veo hallazgos interesantes que no están trabajados, se quedan en la primera aparición. No investigan más a fondo, hay una falta de compromiso con la obra. Las clínicas de arte me aportaron un montón de datos para poder investigar sobre la obra e investigarme a mismo. Es un formato pero puede haber otros disparadores que ayuden a evolucionar.

¿Está seguro con su obra?

Sí. “Escaparate” desde que apareció no me planteó ningún conflicto, sencillamente tenía que hacer, producir. Estaba planteada de entrada pero se completa cuando me invitan a exponer y ahí se convierte en obra, antes era una producción.

¿Cómo realizó el trabajo profesional “Jardín”? ¿Lo legitimó como obra de arte?

Es una obra emblemática. Mi trabajo comenzó cuando cae a mis manos una máquina y lo primero que tuve a manos para fotografiar fue un jardín de infantes. Año a año me sentía convocado a fotografiar. Trataba de superar el trabajito del año anterior pero fundamentalmente desde el concepto, lo que después me llevó a definir la obra “Efecto Jardín”. Empiezo a fotografiar niños desde el año 87 y en el 2007 fue mi último encuentro escolar. Significó mucho porque fueron testigos de todo mi período y evolución. Con esa obra tengo una gran deuda, porque es una obra afectivamente muy fuerte y eso me ha jugado en contra porque va más allá de lo fotográfico y el crecimiento que había tenido, se transformó en una especie de trampa. Tener esa evolución del purismo sobre la imagen; las relaciones humanas que se establecían en ese trabajo quedaron absolutamente detrás de la imagen fotográfica, detrás del poster.

El fotógrafo tiene una actitud que se lo identifica en una reunión, por ejemplo, con esa mochilita en el hombro, por lo que acontezca… ¿forma parte de esa “especie”?

El estereotipo de fotógrafo como el “Chino” Merlo al cual admiro, tengo un respeto enorme y cariño, no. Es el estereotipo del que quise huir permanentemente. Era algo más fuerte que yo. Nunca me pude considerar y menos en los inicios, como fotógrafo. Era algo que me molestaba ese mote. Después de mucho tiempo aprendí a quererlo porque era parte de mi proyección, y lo acepté. Hoy me siento más fotógrafo que nunca, orgulloso de serlo y tener una obra.

Silvio Oliva Drys / agosto de 2009

 

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